Gloria Muñoz Ramírez/La Jornada
a no son visibles las grandes burbujas de espuma que como globos se
dispersaban por todo el municipio, pero siguen en sus entrañas miles de
contaminantes que están matando a la gente. Es el río Santiago, aquel
paraíso en el que alrededor se criaron generaciones pasadas, lugar para
la convivencia y la subsistencia, para el placer y la libertad. De esto
ya no queda nada, pues más de 250 empresas siguen tirando residuos
tóxicos sobre sus aguas.
El problema no es nuevo, pero ahora es más difícil la denuncia, pues una tratadora de aguas ha quitado la espuma escalofriante y con esto se ha maquillado una situación que se ha topado con la indiferencia y la cerrazón de los gobiernos en turno. El río nace en el lago de Chapala, el más grande de México, tiene una longitud de mil 281 kilómetros, que lo hace el segundo más largo del país. Y también uno de los más contaminados.
Por aquí ronda la muerte y los únicos que verdaderamente se preocupan son los pobladores, los mismos que nadaron en sus aguas hace 40 años y comieron de sus aguas infinidad de veces.
El Salto, cuenta Enrique Enciso, de la Asociación un Salto a la Vida, es la típica colonia inglesa. Lo fundó una empresa, y a su alrededor construyeron las casas, la tienda de raya, la cantina y la vida cotidiana de un pueblo que se levantó hace unos 100 años. La industria llegó en la década de los setenta y desde ese momento se fue perdiendo la sombra del río. Empezaron a morir los peces, las ranas, las culebras, los patos. Y después los árboles, las plantas… y las personas. Las enfermedades llegaron para quedarse: cáncer, diabetes, insuficiencia renal, además de múltiples padecimientos gastrointestinales, respiratorios y conjuntivitis.
El problema no es nuevo, pero ahora es más difícil la denuncia, pues una tratadora de aguas ha quitado la espuma escalofriante y con esto se ha maquillado una situación que se ha topado con la indiferencia y la cerrazón de los gobiernos en turno. El río nace en el lago de Chapala, el más grande de México, tiene una longitud de mil 281 kilómetros, que lo hace el segundo más largo del país. Y también uno de los más contaminados.
Por aquí ronda la muerte y los únicos que verdaderamente se preocupan son los pobladores, los mismos que nadaron en sus aguas hace 40 años y comieron de sus aguas infinidad de veces.
El Salto, cuenta Enrique Enciso, de la Asociación un Salto a la Vida, es la típica colonia inglesa. Lo fundó una empresa, y a su alrededor construyeron las casas, la tienda de raya, la cantina y la vida cotidiana de un pueblo que se levantó hace unos 100 años. La industria llegó en la década de los setenta y desde ese momento se fue perdiendo la sombra del río. Empezaron a morir los peces, las ranas, las culebras, los patos. Y después los árboles, las plantas… y las personas. Las enfermedades llegaron para quedarse: cáncer, diabetes, insuficiencia renal, además de múltiples padecimientos gastrointestinales, respiratorios y conjuntivitis.
La gente, dice Enrique, empezó a decir
que la vida dejó de ser real, cuando los jóvenes empezaron a enfermar y a
morir, el territorio fue devastado y el río vaciado, pues
le sacaron todo lo que tenía.
En estos momentos 80 por ciento de la
contaminación del río es por los residuos que descargan la industrias y
20 restante por las aguas fecales de los pueblos circundantes. Las
empresas pusieron sus drenajes de cara al río y lo llenaron de
agrotóxicos, metales pesados y cianuro. Lo llenaron de muerte y
desesperanza. A la indignación y la lucha de la gente el gobierno
respondió con una planta tratadora de aguas que sólo trata nitratos y
fosfatos pero deja los metales pesados intactos. Son mil 90
contaminantes dispersos, de los cuales 980 aparecen esporádicamente,
dejando más de 100 de manera permanente. No se ataca la raíz, sino las
consecuencias. Es el remedio al final de la tubería, dice Enrique.
La juventud en El Salto no conoció las bondades de sus aguas, pero sí la lucha por su recuperación:
Nosotros creemos que un río es el eje de vida y si el río esta dañado nosotros también, dice Sofía, al pie de la cascada.