Por Paloma Robles, Reporte Indigo -
Lunes 12 de noviembre de 2012 “Hubo consenso y se decidió que viniera
el maíz morado, el maíz amarillo, el maíz rojo y el maíz blanco, y de
esto se hicieron nuestros huesos, nuestra sangre, nuestra carne”, dice
el Popol Vuh. El campo mexicano se encuentra en una vorágine difícil de
superar.
El control del mercado de los alimentos ha sometido a los campesinos a
una dinámica de producción que parece dinamitar una forma de vida
tradicional. Producir maíz de manera extensiva es un proceso caro,
sacrificado y las ganancias son mínimas.En junio de este año,
productores del estado tiraron más de ocho toneladas de maíz a las
afueras de la Secretaría de Economía exigiendo el paro a la
importaciones de maíz blanco proveniente de Sudáfrica.Y es que, bajo el pretexto de las heladas de Sinaloa de 2010 y la sequía de Jalisco en 2011 y 2012, el gobierno mexicano permitió la entrada de más de un millón 516 toneladas de maíz blanco en plena temporada de cosecha.
Eso afectó a las economías de los productores pequeños pues ya no hubo mercado para colocar su producto.
De abril de 2011 a marzo de 2012 se habían invertido más de 424 millones de dólares para la compra de un millón 228 mil 817 toneladas de maíz blanco.
Sumado a lo anterior, la entrada de las siembras experimentales de transgénicos permitida por el Senado a empresas como Monsanto, ponen en mayor peligro la vida productiva del campo.
Las opciones se reducen, algunos prefieren rentar sus tierras al mejor postor, emigrar a la ciudad y dejar el campo como modo de vida.
Pero en ese contexto, existen algunos esfuerzos en el estado por mantener con dignidad la herencia de la tierra, abandonar los cultivos llenos de pesticidas y volver a lo tradicional.
Y es que en estos casos, los productos orgánicos son más que una moda o una forma sana de consumo: también es una forma de vida para campesinos jaliscienses que buscan dignificar su trabajo.
La lucha por el maíz
“Defendemos esto, porque no solo es la identidad de la gente, es nuestra independencia”, dice sin reparos Espiridión Fuentes, campesino del municipio de Ixtlahuacán de los Membrillos mientras sostiene en sus manos una mazorca de su cosecha.
No es una mazorca común, es maíz blanco, ancho y grande que viene de Sinaloa, de donde también es originario el entrevistado.
Hace 12 años que Fuentes decidió abandonar el esquema de producción extensiva de maíz para dedicarse al campo de otra forma.
“Es injusto el proceso de comercialización de la agricultura; no tienes ganancias ni modo de vivir una vida más digna”, critica el productor asociado a la Red de Alternativas Sustentables Agropecuarias (RASA).
Esta organización de origen campesino, que tiene más de 12 años generando espacios para el intercambio de conocimientos de agricultura, opera en 24 municipios del estado.
Espiridión Fuentes critica la forma en que se han desarrollado las políticas del campo en México.
A su modo de ver, en los últimos 20 años se ha perdido la dignidad del trabajo del campesino.
Dice que ahora “se sufre de hambre” porque la gente se creyó el cuento de los monocultivos como negocio.
“Nosotros nos preguntamos cómo volver a ser agricultores, cómo volver a la tierra. No la tenemos que ver como la maquinita de dinero que nos cuentan que es, sino como un modo de vida, como un ser vivo que es indispensable para la vida de la gente”.
México es el país de origen del maíz. Se tienen registros de más de 200 tipos de granos.
Pero con la llegada de las especies híbridas en los últimos 20 años, las semillas nativas se han ido perdiendo.
El año pasado, el Senado permitió la siembra experimental de maíz transgénico en poco más de 2 millones de hectáreas en Sinaloa y Veracruz. Con ello, productores como Espiridión anticipan la desaparición del maíz criollo.
El gran conflicto sobre los transgénicos es que en la modificación del ADN, el grano del maíz ya no se reproduce. Solo da granos una vez y luego se muere. Y a esto se le llama autocastración.
Es así como las milpas pierden su valor, mientras que las tierras se deterioran temporada tras temporada.
La entrada de los transgénicos a México, según explica Fuentes, es una forma de control del mercado de los alimentos. Y con ello, de las sociedades enteras.
Las grandes empresas venden los granos patentados y eso incluye una tecnología (químicos, pesticidas, fertilizantes) con los que la planta crece.
También se necesita de agua abundante, “es una mentira la que nos hicieron creer que los transgénicos resisten a las sequías”, explica Espiridión Fuentes
Pero una vez cosechado, el maíz se vende a precios de mercado, hoy controlado por las importaciones, la tierra queda dañada, la economía de los agricultores no se repone mientras que la pobreza en el campo apremia.
La migración a la ciudad se vuelve una obligación y con ello el consumo de productos en grandes supermercados. Eso, en la lectura del campesino.
Ante este panorama, organizaciones como RASA han buscado generar espacios de agricultura orgánica, además de llevar registros de los granos que se producen en diversas regiones del país.
Cada año, en la red se hacen intercambios de granos. En 2012, en la parcela de los Fuentes fueron sembradas 35 variedades. Entre ellas, maíz blanco de Sinaloa, amarillo de Tamazula y rojo de Chiquilistlán, estos dos últimos de sabor dulce.
Maíz blanco del centro de Oaxaca, otros negros y rojos de la sierra Mixteca alta.
Maíz español, de color tinto intenso, y naranja de la sierra Huichola.