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jueves, 27 de junio de 2013

La luchitas en Ixcatán y la Junta de los Tastuanes




Ya se acercan Las Luchitas en Ixcatán, lo que significa que las vísperas de los Tastuanes están a la vuelta de la esquina, y yo no estoy ahí. Es por eso que mientras escucho música en alemán, para ver si se me pega algo de ese idioma complicado, y el ruido del tren que pasa fuera de mi casa, recuerdo la sensación de entusiasmo y alegría, que se siente al caminar por las calles de Ixcatán junto con los santos, Pedro y Pablo, en las manos de los fiesteros de cada año. Los fiesteros y los santos siempre por delante y toda la muchachada detrás de ellos. Por supuesto la tambora que no falta desde el año 2009, cuando fue que después de muchos años, exactamente no sé cuántos, los músicos de la tambora antigua volvieron a tocar.



Ese 2009, fue la primera vez que viví el día de San Pedro y San Pablo,  la primera fiesta de Ixcatán, en la que realmente pude sentirme parte de esa unidad y alegría que rodea por completo todas las fiestas tradicionales de Ixcatán. Irónicamente y aunque mis raíces están ahí desde que nací, fue hasta los 18 años cuando descubrí la magia de formar parte de una fiesta  en el pueblo de Ixcatán.

Acompañada por mis compañeros de la universidad y ahora amigos, nos dirigimos, después de perder el camión de las 8 de la mañana, hacia Ixcatán. Ni mis amigos ni yo sabíamos qué esperar, sólo nos emocionaba la idea de ver cómo la tradición cobra vida y dicho sea de paso también la comida comunitaria.
El camino hacia la presa acompañados por la música de la tambora y una garrafa de agua ardiente, la cual se pasaba de boca en boca entre los próximos Tastuanes, sólo fue el principio de lo que vendría después. Frente a la presa la gente formó un gran círculo, en su mayoría jóvenes y niños; la tambora siguió tocando, los santos fueron colocados en una de las piedras grandes de la presa y bañados con agua de la presa por las manos de Expitación, mejor conocida como Amparo, para pedirles un buen temporal de lluvias. Mientras ellos permanecían ahí, se convocó el inicio de las luchitas.
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 Un niño comenzó a caminar alrededor del círculo agitando sus puños con dinero en el aire y buscando un retador para las tan esperadas luchitas. Cuando por fin lo encontró, cada uno tomó a su contrincante de las presillas de su pantalón y mientras que uno empujaba hacia el lado izquierdo, el otro lo hacia el lado contrario. El ganador de la primera ronda recibió dinero a cambio, los siguientes ganadores recibieron dinero o un gallo como premio.
 “No le digas a mi abuelo que me luché”, me dijo mi prima después de haber pasado a la mitad del círculo y “lucharse”. A pesar de lo que pueda pensar mi abuelo, ahí las luchitas son para quien lo desee, sin importar si es mujer u hombre, niño o adulto, pero eso sí, siempre con un contrincante de su mismo sexo y tamaño.
Ese día la comida fue especialmente buena, la recuerdo ahora con añoranza, pues aquí siempre hace falta esa convivencia que sólo se tiene cuando se come frijoles, mole y tortillas con agua de Jamaica o de ciruela.
A dos días de que se cumplan cuatro años de aquella primera vez, escribo esto, primero a petición de mi padre y después para tener en palabras ese día, que hasta ahora que lo escribo me doy cuenta de cuánto significa para mí aquel lunes 29 de junio de 2009.

Zariá Casillas
10:11 p.m. Köln, Alemania
27 de junio de 2013